viernes, 29 de enero de 2010

Monarquías en America

Cuando los países americanos se independizaron de las potencias coloniales de Europa, y ya que con nada se lograba poner orden, se probaron no pocas formas de gobierno para ver si con alguna se podía conseguir una hora de paz. La monarquía fue una de ellas, con militares coronados y también con aristócratas auténticos.
Aunque el mexicano Agustín I fue el más famoso de la primera mitad del siglo diecinueve, ya dos haitianos habían probado las mieles de la realeza. Un emperador, Jacques I, y un rey, Henri I tuvo la mitad de la isla la Española en sus primeros años de libertad, aunque con sus dimensiones le convenía mas ser un ducado que un imperio o reino. Los dos gobernantes terminaron en la desgracia y en ningún caso hubo segundo.
Como en aquellos años todo estaba por probarse, y aquí en México no somos muy buenos en eso de inventar pero si en repetir los errores de otros, también se probo con la nada nueva monarquía. En cuanto se consiguió la independencia comenzó una desesperada búsqueda por un príncipe europeo de sangre real para que gobernara a la nueva nación. No hubo valientes, así que Agustín de Iturbide, el libertador que curiosamente era militar de carrera y no disparo una sola bala para conseguir la independencia, fue proclamado emperador de México.
Desde entonces, hace casi dos siglos, se empezaron a hacer las cosas mal por aquí. El desorden actual no es nada nuevo, ni una originalidad del gobierno que tenemos. A Iturbide pronto le quedo grande la corona -le hubiera quedado igual a cualquiera-, e irremediablemente, con una conducta típicamente hispana, los que antes lo habían apoyado se levantaron en armas contra el emperador. El 19 de julio de 1824, tres años después de que entrara triunfante con su ejército a la ciudad de México y dos de que fuera coronado, ya lo estaban fusilando. Eso de que en las monarquías todo caminaba lentamente aquí no se vio.
Cuarenta años después, tras una devastadora época con un gobierno disque republicano, se volvió a optar por la monarquía. Pero esta vez no se trataba de un militar con delirio de grandeza que se había auto coronado, sino de un príncipe autentico, rubio, alto, de ojos azules, bastante ingenuo y con una ambición que le costo cara. Maximiliano I pertenecía a la familia real austriaca, que era lo mismo que estar emparentado con gran parte de la realeza europea. Tres años después de su llegada muchos monarcas de Europa estaban molestos con los mexicanos porque sin consideración les habían fusilado a su real primo.

Cuando el imperio de Maximiliano en México apenas se andaba planeando en la corte de Napoleón III -que fue de donde salio-, en Haití se estaba terminando otro intento de monarquía, que, eso si, duro diez años. Todo un record. Esta vez la corona se puso en la cabeza de un militar analfabeto que no necesariamente por eso tenia que ser tonto, Faustino I. Como un emperador siempre está asociado a las hazañas militares, y no había forma de que Haití enviara su marina de guerra a conquistar otras tierras porque no había tal marina, a Su Majestad no le quedo de otra mas que irse contra el vecino, el único, la Republica Dominicana. La cosa no salio bien y el que tuvo que salir huyendo, sin corona, fue el emperador.
Donde las cosas más o menos funcionaron, o por lo menos fueron mejor que en cualquier otro país de America, fue en Brasil. Ahí la monarquía, al igual que en México, llego aparejada con la independencia. El rey de Portugal, Pedro IV concedió la independencia a la colonia y se proclamo emperador como Pedro I. Gobernó nueve años y su sucesor fue su hijo. Esta vez, en la turbulenta y reciente historia de las monarquías en America, si hubo un segundo Pedro, quien sostiene el record de haber durado más años en este continente con una corona puesta, mas de medio siglo, hasta que, muy al estilo de estas tierras, le dieron un golpe de Estado. Los dos emperadores de Brasil también pertenecían a una familia real europea, tanto así que eran parientes de Maximiliano I de México.
Y ya en el siglo veinte, se dio la última monarquía tradicional hasta la fecha, que fue, tal vez por eso, la más extraña de todas. El suelo para el experimento otra vez lo puso Haití, que es, con dos emperadores y dos reyes, el país con más tradición monárquica de America. Sucedió en 1925, cuando un militar norteamericano, que para su suerte se llamaba Faustino, fue proclamado por los habitantes de la pequeña isla de la Gonâve como su soberano, con el nombre, en honor al anterior emperador, de Faustino II. El gobierno establecido en Puerto Príncipe lo dejo que saboreara las mieles de la realeza por un tiempo, después puso fin a su reinado y lo expulso del país.
Ya más envejecido el siglo, America conoció otra forma de monarquía, mas moderna, y para no variarle fue, otra vez, en Haití. El dictador Papa Doc consiguió hacerse de la presidencia nada mas vitalicia, pero
no se conformo con eso, sino que logro heredársela, constitucionalmente eso si, a su hijo, un rufián de 19 años que gobernó otros quince con el mas pleno autoritarismo.
Por desgracia el nuevo siglo no iba a dejar la tradición en el pasado. Esta última vez fue Cuba el país que experimento la monarquía en su modalidad contemporánea, cuando, en lugar de pasar el poder a otro camarada muy a la soviética, el dictador que llevaba medio siglo en el puesto le heredo el poder a su hermano, y lo que parecía una feroz dictadura militar se revelo como una monarquía absolutista, en una clara violación de la tradición, ya que le correspondía al hijo, y no al hermano, ponerse la corona.
Sin duda en la breve pero no por eso poco interesante historia de las monarquías en America ha habido de todo. Así como vamos no hay muchas esperanzas de despedirnos de esa milenaria tradición en su modalidad contemporánea, a la que ya muchos se han acostumbrado.

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