miércoles, 31 de marzo de 2010

La masacre de la Alhóndiga de Granaditas


Ningún acontecimiento de los que ocurrieron en la lucha por la independencia de México, es tan recordado como la toma de la Alhóndiga de Granaditas. A pesar de la desigualdad en el número de los combatientes de ambos bandos, es, sin duda, la batalla más recordada de las que protagonizo el cura de Dolores, Miguel Hidalgo. Esto se debe al tinte heroico que le dio un personaje conocido como el Pípila, y del cual varios historiadores dudan sobre su existencia.

La batalla tuvo lugar la tarde del 28 de septiembre de 1810. Pocos días antes, el cura de Dolores se había puesto al mando de un ejército de campesinos, que armados con palos, lanzas y pierdas pensaban poner punto final a tres siglos de dominio español. Ese fue el primer ejército del México independiente -que todavía no lo era sino hasta una década después-, indisciplinado y bisoño; en el correr del siglo vendrían más, sin variar mucho. El rumor de que un cura había dado el banderazo para luchar por la libertad, se corrió rápido en los alrededores del Bajío. Los campesinos se unieron a él sin titubear; en pocos días formo un numeroso ejército, y al mando de él, inicio su andadura sin que nadie osara intentar detenerlo.

Se ha difundido mucho el hecho de que Hidalgo hizo que sus tropas llevaran una imagen de la Virgen de Guadalupe como bandera. Lo que, quien sabe por qué, no han difundido tanto, es que también llevaban una imagen del rey -de ese mentecato de rey- Fernando VII. ¿Entonces contra quien peleaba Hidalgo? ¿Fue esa la primera batalla de México por su independencia de España? La historia de México, la oficial, y la mentira son sinónimos.

El intendente de Guanajuato, Antonio Riaño, valiente veterano de la guerra de España con Inglaterra, no tenia la mas mínima intención de darse por vencido sin pelear. Por el contrario, estaba decidido a morir, y también estaba seguro de que así seria. Ignoraba el número de los atacantes, pero sabía que lo superaban enormemente, y él solo contaba con un ejército, en su mayoría improvisado, de seiscientos soldados. Desconfiaba de la plebe, porque eran mexicanos y los atacantes también lo eran; de tal manera que hizo las cosas a su modo.

Riaño se atrinchero con sus hombres en la Alhóndiga, un enorme edificio rectangular que él mismo había hecho edificar. Pronto se apareció su viejo amigo, el cura de Dolores, al mando de veinticinco mil hombres. Aunque los atacantes estaban mal armados, el número no dejaba de ser desesperanzador.

Hidalgo, recordando la vieja amistad que le unía a Riaño, trato de ganarlo para su causa, o por lo menos de salvarle la vida. Pero a una carta en términos conciliadores del cura, el intendente le respondió que ahí lo esperaba con su chusma, es decir, su ejército. La diplomacia había llegado a su fin, era hora de que las armas de fuego de un lado y las piedras del otro la sustituyeran.

Pronto se puso en evidencia que los españoles, a menos que un numeroso ejército llegara a socorrerlos, estaban perdidos, pero también que jugándole al tiro al blanco desde la fortaleza le causarían con el correr de las horas un enorme daño al improvisadísimo ejército del cura. Fue entonces cuando, según la leyenda, un minero de Guanajuato, Juan José de los Reyes conocido como el Pípila, le dijo al cura que él le prendería fuego a la puerta de la fortaleza, abriendo así una entrada que pondría en poco tiempo fin a la batalla. El cura acepto la oferta del posible mártir y el Pípila se colgó una piedra a la espalda, se acerco a gatas recibiendo las balas en su armadura improvisada y prendió fuego a la puerta. Siendo así la leyenda, los que dudan de su veracidad tienen bastantes argumentos. Porque habría sido un milagro que en esas circunstancias el Pípila tuviera éxito. No a pocos les parece más que nada el invento de un héroe para disfrazar la masacre que ocurrió después.

Porque sea como sea, la puerta pereció entre las llamas. Los sitiadores que se habían enfurecido toda la tarde al ver como desde la fortaleza mataban a sus compañeros como pájaros, entraron convertidos en fieras salvajes. Ya no importaba si se rendían los españoles. Casi todos fueron acribillados en poco tiempo.

Aunque hubo intentos de rendición, una confusión acabo con toda esperanza de vida de los atrincherados en aquel edificio. Quedaron muy pocos con vida, el propio Riaño y su hijo se cuentan entre los caídos. Hasta poco antes del sangriento final, los españoles lucharon con un extraordinario valor, cargándose a dos mil quinientos de los atacantes. Un enorme número que el ejército de Hidalgo, al no contar más que con piedras, lanzas y palos, no pudo evitar.

Al final de la batalla, prosiguió el saqueo de la ciudad, mismo que el cura de Dolores no se molesto en detener, pues consideraba que era una forma de mantener contentos a sus soldados. Dos días tuvieron que pasar para que recapacitara, pusiera un alto a los saqueadores y liberara a los pocos españoles que habían quedado con vida. La guerra por la independencia -o nada más la guerra- ya había empezado, con una batalla en la que no falto el valor, el dramatismo y la crueldad.

1 comentario:

Unknown dijo...

Muy interesante!

Saludos de Brasil!

Sílvio Veloso