martes, 20 de abril de 2010

¿A qué van los niños a la escuela?


A llenar su cerebro de una cantidad descomunal de conocimientos, a aprender de historia, literatura, geografía, matemáticas, anatomía, otra lengua aparte de la materna, en suma: a hacerse personas cultas, civilizadas, dignas de integrarse a la sociedad y destacar en ella. Suena muy bonito pero no es así. No en muchísimas escuelas, la gran mayoría, por desgracia.

Lo que si es cierto es que en todas las escuelas se aprende. Y como no, si los niños van a ellas cinco o seis horas durante cinco días a la semana y conviven con muchas personas, más que en su entorno familiar. Lo malo es que no aprenden lo que deberían. Leer mal y escribir peor, sumar con dificultad y multiplicar con milagros, a eso se resumen muchas veces sus conocimientos, no al terminar la primaria sino la secundaria.

Pero resulta que a leer y escribir, las operaciones matemáticas básicas, en que continente está su país, con cuales colinda éste, el nombre de unos cuantos de sus compatriotas celebres, y poco más o menos lo puede aprender un niño en un periodo de tiempo breve, entonces, ¿qué aprende en los muchos años que va a la escuela? Gracias a la pereza y la poca disciplina que fomentan sus maestros, los niños aprenden lo que no deben, se hacen de hábitos que en nada les servirán en el futuro y después llegan al bachillerato y a la universidad con mañas que un alumno no debe de tener jamás. Porque entre mas avanza el nivel de estudios mas pesados son éstos, y si desde un principio no hubo disciplina es muy difícil, o imposible, que aparezca cuando ya se es adulto.

A lo largo de la historia los pedagogos han opinado que el ambiente dentro de una escuela y su entorno debe de ser sano, libre de vicios y malas influencias. Y no solo los pedagogos, sino que cualquier persona sensata opina de igual manera. Pero muchísimas escuelas cuentan con aulas que bien pueden ser confundidas por gallineros, tienen maestros que dan todo menos clases y están ubicadas donde el entorno no es sano sino todo lo contrario.

Un gran número de escuelas, la gran mayoría en el país, no cuentan con un inmueble diseñado para esa función. Salones amplios, pasillos funcionales, áreas verdes, espacios de recreo, jamás los ven millones de niños porque su escuela es una casa o una bodega adaptada, donde de milagro no toman clases unos encima de otros. Dicen que la escuela poco tiene que ver con el inmueble si hay maestros con vocación y alumnos interesados, pero si a esas bodegas mal adaptadas les añadimos patanes perezosos que por influencias se han conseguido una plaza de profesor y alumnos que por esa misma razón no tienen nada de disciplina ni interés por aprender, tenemos que las escuelas, los templo del conocimiento, vienen a ser un lugar al que sencillamente no es conveniente mandar a los hijos.

Es cierto que los niños tienen que enfrentarse a las hostilidades para que con el tiempo vayan conociendo su entorno y formando el carácter y el deseo de competir, que es de donde nacen después las cosas grandes, pero encerrarlos ahí donde casi todo lo que está por aprenderse es malo para su formación, no traerá, lo digo con plena seguridad, nada bueno para casi todos ellos. Porque una cosa es que conozcan y se enfrenten periódicamente a los retos, y otra muy diferente hacer que los malos hábitos sean parte de su vida diaria.

Es común que muchos niños, que viven en zonas algo tranquilas y pertenecen a una familia que sabe inculcar valores morales, se vean obligados a acudir a escuelas donde los maestros van poco y el día que lo hacen inventan cualquier pretexto para no dar clase; donde los compañeros no vienen de un entorno poco hostil y todo el día se la pasan en un espacio reducido, diciendo y haciendo cosas que no deberían de ocurrir jamás dentro de una escuela. Así que mientras un padre se rompe el lomo en el trabajo pensando que a su hijo lo están preparando para triunfar en la vida, tal vez, por el contrario, se lo están echando a perder.

No pocos padres se han llevado la sorpresa de sus vidas al ver que al niño dócil y educado, que trabajo les costo formarlo así, después de unos años en la escuela es rebelde, irrespetuoso y poco o nada estudioso. Esos padres preocupados, con justa razón, pueden hacer todo lo que esté a su alcance por enderezar a su hijo y para motivarlo a que le preste mas atención a la escuela, pensando los ingenuos padres que el que está mal es su hijo y no la institución donde en mala hora lo inscribió, pero puede pasar que si el niño pone interés, la escuela -maestros, personal administrativo, compañeros y entorno- hacen todo lo posible por arrebatárselo en un breve periodo de tiempo.

Y peor es la cosa cuando a los padres les importa poco y a la institución, desde luego, menos, porque entonces el pobre niño se queda totalmente solo. Y hace lo que puede para sentirse cómodo y sobrellevar la vida, que es integrarse a ese mundo donde todo, por negligencia, está mal. Eso pasa porque la educación que brinda el Estado solo sirve para que los políticos ladren y después digan que ningún niño se queda sin escuela. Eso es cierto, pero el costo es muy alto y la calidad aterradoramente pésima.

Si algo es seguro, es que la educación que da el Estado, con sus correspondientes excepciones, que son un bajísimo porcentaje, no produce en lo más mínimo buenos ciudadanos. Por el contrario, adoctrina a millones de niños para encontrar la forma más justificable de perder el tiempo durante seis horas al día, y por desgracia no pierden la práctica cuando ya son adultos, por el contrario ya aprendieron como incluirle a la rutina otras seis. La otra mitad de la culpa en la producción de malos ciudadanos es innegable que la tienen los papás, que no hacen la parte que les toca y que cuando ven que el niño empieza a ir mal lo toman como algo muy natural. Peor es que a millones de padres el Estado los a convencido de que es bueno, bastante bueno, enviar a sus hijos a la escuelas que él, el Estado, tiene repartidas por todo el país, y malo, muy malo, no hacerlo.

Muchos padres dirán siempre que si no es a las escuelas del Estado, no tienen ningún otro lugar a donde enviar a sus hijos a estudiar. Evidentemente los hijos vienen acompañados de innumerables problemas, pero es una ingenuidad creer que todos esos problemas los va a resolver el Estado. Lo intenta, y a ese intento se le llama demagogia, pero rara vez se logra algo bueno. Por el contrario, siempre es mucho lo que se pierde.

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