En muchos casos… sí, pero no
por las razones que comúnmente se cuentan. No, no se trata de que el Estado
cree cuantas empresas hagan falta para dar empleo a todo el mundo, hasta a los
perezosos y los que nunca han querido aprender a hacer nada, y que así todos vivan felices para siempre, como si estuviéramos dentro de un cuento.
El gran problema lo causa el
Estado al querer erigirse como protector de los trabajadores, de los que menos
ganan, en un descarado intento de fomentar y dirigir hacia determinado partido sus votos. El Estado
crea leyes que, por ejemplo, obligan a los empleadores a pagar una fortuna a un
obrero si lo despiden. ¿El argumento? Que el obrero no se vaya con las manos vacías,
que tenga por algunos meses, si no encuentra otro trabajo, con qué dar de comer
a sus hijos.
Lo malo es que tardará meses
u años en encontrar otro trabajo por culpa del… Estado. Gracias a esas leyes
protectoras de obreros no hay quien tenga el valor de ser patrón. Así de
sencillo. La falta de empleo se debe a que el Estado exige mucho a los
empleadores para con sus empleados. Y eso desencadena en una terrible crisis de
desempleo.
Las medidas del Estado son
malas para los que tienen trabajo y pésimas para los que no tienen. Si el que
tiene es despedido, tardará mucho en hallar otro, gracias al miedo que el
Estado transmite a los empresarios, y el que no tiene así seguirá porque los
valientes que quieren ser empresarios son constantemente aterrorizados por esas
leyes que el Estado crea con “buenas intenciones”.
Y hay cosas aún peores. Como los
trucos que usan los empresarios para legalmente no pagar lo que realmente pagan
a sus empleados, por miedo, sí, al Estado. Eso sólo ocasiona que cuando el
empleado llegue a viejo y empiece a cobrar su pensión, ésta sea una miseria.
Lo bueno que tenemos al noble Estado, que se preocupa por los trabajadores.
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