Los mexicanos vivimos en un país tan rico que alcanza
para que muchos millones de niños tengan una escuela y maestros, las dos cosas
necesarias para desarrollar sus mentes y meterles conocimientos en la cabeza. Pero,
aunque está la infraestructura, sencillamente no funciona, no da frutos, sólo crea
alumnos agitadores, secuestraescuelas, imitadores de comunistas, vándalos y políticos
corruptos (perdón por el pleonasmo).
Quizás un 5% realmente se toman la cosa en serio,
estudian, aun en contra de su escuela, y llegan a ser personas de bien, a
terminar una carrera y a ejercerla con profesionalismo. Otro porcentaje
reducido cuenta con las mañas necesarias para ir pasando con seis o siete a su
pesar hasta llegar a graduarse, con una formación pésima, y a buscar un puesto
en una dependencia pública, que allí no exigen tanto.
El resto, un 80%, sencillamente aprovechará en su vida
adulta su paso por la escuela pública muy poco, a lo mucho para leer revistas
de espectáculos y sumar bien cuánto es entre su cajetilla de cigarros y su cartón
de cerveza cada que va a surtirse.
El resultado de ese proceso tan corrompido y sin pies
ni cabeza es… México, lo que somos, lo que pedimos a gritos y lo que nunca
tendremos. Así que mientras escurre la amargura, vendrá bien echarle un vistazo
al porqué nomás nuestro sistema educativo no funciona, aunque haya dinero para
tener uno tan grande como el que tenemos:
Profesores.
La mayoría de éstos, por convicción o por presiones, se
prestan para contribuir en la labor que hace su sindicato secuestrando al país.
Como el sistema no exige, ellos no se esfuerzan, se adaptan a la pereza que
conllevan los “derechos ganados por el sindicado” (días libres al por mayor y
derecho a huelga alegando que las moscas vuelan, entre otros tantos argumentos
igual de sólidos).
El problema de los maestros inicia desde las escuelas
normales. Salta a la vista que allí los corrompen todo cuanto pueden, al grado
de que antes de graduarse ya quieren una plaza vitalicia que les garantice que
toda la vida tendrán un trabajo surgido de los bolsillos de todos los demás
mexicanos.
Su preparación académica es pésima. Vamos, la pongo
sencilla: fueron víctimas y ahora son victimarios del sistema. Se saben vengar,
eso sí. Su ignorancia la dejan al descubierto al momento en que se niegan a ser
evaluados. Los que tienen nombres que llevan acento saben que para poner sus
datos en el examen estarían en serios problemas.
Al sistema le hace falta una depuración urgente de
profesores. Los malos y viciosos a quienes no les gusta trabajar y sí bloquear
ciudades sólo opacan a los pocos buenos que puede haber.
Los alumnos. Éstos se adaptan rápido al sistema que ven nada más poner los pies en la escuela. Aprenden que se puede gritar, pelear, no poner atención, acosar a los que sí estudian y humillar a los que tienen un defecto físico. Las escuelas mexicanas suelen ser un infierno para los niños que previamente habían llegado con ganas de aprender. Si la mayoría no quiere estudiar el profesor terminará apoyándolos y los estudiosos acabarán frustrados y acosados.
Es un grave error llenar las escuelas con alumnos de
todos los promedios. El Estado lo hace así para que los padres no tengan que
atravesar la ciudad para llevar a sus hijos a estudiar. Pero lo más productivo
sería que hubiera escuelas para los mejores alumnos, para los regulares y para
los peores. Hacer la selección no es cosa difícil, los alumnos enseñan sus
defectos y sus virtudes en el primer examen y en la primera semana. Esa separación
ayudaría para que los peores alumnos no arruinen la vida de los mejores.
Pero tampoco conviene blindar estas escuelas. Si un
alumno bueno se hace malo, será reubicado, igual que si uno malo progresa. Ese modelo ayudaría mucho. Algunos alumnos de las escuelas malas se apenarían
por su situación y se esforzarían para ser reubicados. Igualmente los padres
tomarían cartas en el asunto. A nadie le enorgullece tener un hijo burro.
Lo anterior también conlleva eliminar y hasta
sancionar el sistema de palancas que implica que que todo alumno que tenga un tío lejano en
una escuela con fama de buena tiene por consecuencia su lugar asegurado allí.
Hay otros factores que afectan al sistema educativo,
que tienen que ver en cómo el Estado y los padres de familia lo ven, pero empezando a corregir todo lo ya mencionado, es seguro que unos
pocos años México sería un país diferente, y no el Estado fallido que es hoy.
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