Es difícil ver justo en estos días a inmigrantes
centroamericanos en las calles de la ciudad pidiendo ayuda. Son personas que
están lejos de su hogar, de su familia, de sus raíces, donde sin duda desearían
vivir, con la única condición de tener un trabajo que les alcance para
subsistir humanamente y estar en paz. Pero los idiotas que gobiernan la región,
nunca han sabido dar a sus pueblos ni trabajo ni paz. Mas hoy no voy a hablar
de ellos. Hoy no.
Decía que es triste ver aquí, en México, a tantos y
tan desesperados y sufrientes centroamericanos, con hambre y con frío, con este
frío que empezó anteayer y que se mete en los huesos. Estas pobres gentes son
inconfundibles, su acento, y el hecho de que algunos son negros –en México raza
negra hay muy poca, vive en las costas sureñas y rara vez emigra-, los hace
blancos fáciles de hallar para policías corruptos –perdón por el pleonasmo- y
otros delincuentes sin uniforme.
Los centroamericanos en México quizás no le temen a la
discriminación y la xenofobia en la presentación de insultos. Eso es nada comparado con
lo que significan para ellos los secuestradores, extorsionadores y asesinos que
los siguen en su camino a la frontera norte para darles el peor de los tratos.
Dicen que el pueblo mexicano es noble. Y sí, en una
gran mayoría lo es. Pero no se nota. Estas personas que sufren, que emigran
para no morir de hambre, en busca de una vida mejor en Estados Unidos, que no
llevan ni el 1% del dinero que les hace falta para atravesar con una comida al
día el largo México, deberían de suscitar sino afecto cuando menos compasión y
solidaridad de los mexicanos.
Sin embargo, ellos no hablan de lo buenos que somos,
hablan de lo malos que somos. Sin duda reciben ayuda, poca, modesta, pero de
corazón. No obstante, es una gota de agua en el mar de maldad que los asecha y
que les proporciona un dolor quizás insuperable.
Por la parte que me toca, les pido perdón. Y no porque
les haya hecho algún daño, sino porque soy parte de esa sociedad que ha dejado
crecer al monstruo que tanto los flagela. Si algo más puedo decir, es que no
somos todos, no somos todos así de malos. Algunos sí entendemos por la
dificultad en la que se hallan y si no siempre podemos ayudarlos como quisiéramos,
por lo menos tampoco les hacemos nada, salvo darles una discreta y amigable
sonrisa para que pierdan esa cara de miedo con la que deambulan por nuestras
calles.
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